Fuente: Yo Influyo
Autor: Dr. Emilio Palafox Marqués
La Consejería Jurídica y de Servicios Legales de la Ciudad de México está difundiendo una consulta sobre la despenalización del aborto bajo el título: Nos interesa su opinión. La página web es: http://www.consejeria.df.gob.mx/documentos/
Desarrollo en este texto el breve documento que acabo de enviar a la Consejería.
Es, a todas luces, inconstitucional la creciente despenalización del aborto en el Distrito Federal, dado que la ley debe proteger los derechos inalienables de la persona, tanto del no nacido como de la mujer gestante.
No tiene fundamento científico, ni por tanto legal, despenalizar el aborto antes de las 12 semanas del embarazo por cualquier causa, porque el no nacido es un niño, una persona con derecho a la vida.
La Ley debe proteger tanto la vida del niño como la de la madre, y penalizar el aborto. La penalización de la madre será mínima (porque esa mujer recurre al aborto ante el abandono de una sociedad que es la culpable de su situación).(1)
En cambio, la penalización para el médico y las llamadas clínicas abortivas, debe ser máxima, porque abortar no es una práctica médica, sino contraria al fin de la medicina, para la que rige el adagio primum non nócere (lo primero es no dañar). El aborto está reprobado desde siempre en medicina por el Juramento Hipocrático, siglo V a.C.
Si se tratara de una violación, la ley deberá exigir la responsabilidad del culpable y castigar su delito. También debe ser punible la acción de inducir al aborto a las menores de edad.
La acogida de toda mujer gestante en problemas, para que no sucumba ante la "angustia abortiva" y tristemente recurra al aborto; la defensa legal del no nacido; la culpabilización de la sociedad por cada aborto provocado, y el deber legal de penalizar a quienes lo practican es objeto de un profundo y equilibrado estudio bioético del eminente cardiólogo sonorense, el doctor Moisés Canale, ex rector de la UNISON.(2)
En lugar de despenalizar el aborto, que sería un acto más injusto que despenalizar otros delitos (los navajazos tan frecuentes, por ejemplo), la Ley debe proteger mediante leyes justas a toda madre gestante, más aún a aquellas que necesitan una especial protección por su poca edad o por falta de estabilidad emocional –o por ambos problemas–, a través de limpios y elegantes centros de acogida.
El Gobierno y la Sociedad Civil están capacitados para crear y sostener en todo el país esos centros de acogida a las mujeres gestantes que necesiten apoyo en un momento decisivo para su vida y para la vida del hijo en gestación. "Vida y familia" (Vifac) es un ejemplo admirable.
La razón es clara. Es la sociedad la responsable del cuidado de esas vidas hasta lograr una sana maternidad en cada caso, en lugar de provocar el insano deseo de abortar y la facilidad para realizar el aborto.
Ocasionalmente, esos centros de acogida materna facilitarán y agilizarán al máximo la adopción legal del niño por una familia estable civilmente constituida. Se requieren dos condiciones básicas para la adopción: 1) la libre donación del hijo por parte de la madre –sin permitir que se dé la mínima coacción, aunque en casos se deba sugerir–; y 2) la capacidad de acogida de la nueva familia, que deberá comprobarse en cada caso.
México debe dar ejemplo de una legislación de avanzada que proteja la vida de los no nacidos y promueva la estabilidad emocional y moral de aquella madre gestante que recurriría al aborto si se la abandonara ("angustia abortiva" la llama Canale) y hubiera facilidades legales para ello.
Conscientes de nuestras raíces étnicas, históricas y religiosas, y felices por la juventud de la gente de nuestro hermoso país, tenemos trazado el camino para alentar al mundo desde México hacia el cambio de sus políticas sanitarias y demográficas.(3) Vamos a cambiarlos a ellos en su equivocada mentalidad, en lugar de dejarnos arrastrar por la oleada de dólares que ciertamente mueve a los ciegos grupos abortistas de mente estrecha.
Las naciones que viven en la opulencia, en lugar de imponer injustamente su neocolonialismo demográfico, temerosas de que nosotros crezcamos, deberían reflexionar, caer en su error y cambiar su punto de vista.
Sus antiguas políticas llevaron a esas naciones opulentas a un declive demográfico que las condena ahora a envejecer sin remedio (y a sus ciudadanos a engordar), y tal vez a desaparecer. Nosotros no lo deseamos para nadie, pero menos aún para nosotros –¡qué acertadas nuestras campañas para abatir la obesidad!–, ni para tantas naciones jóvenes y éticamente equilibradas como la nuestra.
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