¿Es ética la clonación de embriones?
Amy Otchet, Amy Otchet, periodista del Correo de la UNESCO.
La clonación de embriones abre enormes posibilidades a la medicina. Pero, debido a los beneficios que puede reportar, en la sombra se prepara una carrera cuyos estragos afectan a la esencia misma de nuestra identidad humana.
Hombres y mujeres de blanco, dignatarios religiosos, lores con pelucas, ecologistas barbudos, enfermos de Parkinson: en el mundo desarrollado, una multitud agitada se inclina con angustia sobre una manchita diminuta en una placa de Petri. El misterio es nada menos que un embrión humano clonado "a lo Dolly". La finalidad no es producir seres humanos mediante la clonación terapéutica, sino crear embriones a fin de utilizar células pluripotentes para el tratamiento de numerosas enfermedades. Pero, como en todos los debates apasionados, lo que está realmente en juego –la comercialización– permanece oculto en la sombra, lejos del barullo y la emoción.
En Europa y en los países industrializados, el asunto salió a la luz pública el 22 de enero de 2001, fecha en la que el Reino Unido fue el primer país europeo que legalizó la clonación de embriones humanos. Algunos miembros del Parlamento Europeo expresaron inmediatamente su indignación y condenaron la decisión. Sin embargo, lo ocurrido no es, en muchos aspectos, más que la consecuencia lógica de textos aprobados hace diez años. En efecto, desde 1990 algunos investigadores británicos han logrado crear y utilizar embriones con objetivos limitados, a saber, el tratamiento de la esterilidad y el diagnóstico de las malformaciones congénitas. La nueva ley amplía su campo de estudio a las células pluripotentes, lo que según los expertos podría revolucionar la medicina y permitir el tratamiento por trasplante de una amplia gama de enfermedades, que van de la diabetes a la enfermedad de Parkinson (ver recuadro). Pero nadie ha solicitado todavía una autorización en tal sentido, precisa la Human Fertility and Embriology Authority (Autoridad de Control de la Fertilidad y la Embriología Humanas), que promete estudiar atentamente toda petición.
Las objeciones morales
Como era de prever, la oposición más enérgica fue la de la Iglesia Católica, que considera al embrión como un ser vivo desde la concepción. Además de la clonación, rechaza toda investigación en la que se empleen embriones "de recambio" (creados para el tratamiento de la esterilidad, pero no utilizados), por estimar moralmente reprobable que se use a una persona en provecho de otra.
En el otro extremo se encuentran los defensores inveterados de la ciencia y del mercado. Éstos son suficientemente astutos como para no emitir ninguna opinión políticamente incorrecta, por ejemplo, que el embrión no es más que una masa de secreción celular que, como cualquier otro recurso biológico, puede utilizarse para la investigación médica.
Entre estos dos extremos se encuentra una vía intermedia, para la que no hay una línea clara, sino un principio: el respeto de la dignidad humana, piedra angular del derecho europeo. "Todo ser humano tiene derecho automáticamente a la dignidad. Es lo que nos distingue del resto de las especies animales", declara Noëlle Lenoir, miembro del Consejo Constitucional francés y presidenta del Grupo Europeo de Ética. Este principio, basado en las enseñanzas de las grandes religiones monoteístas, no se incorporó al derecho internacional hasta después de la Segunda Guerra Mundial, como reacción a la barbarie eugenésica de los nazis.
Jurídicamente el embrión no es considerado una persona, pero "el embrión, en el verdadero sentido del término, es un ser humano: existe y su naturaleza es humana", según Bernard Mathieu, profesor de derecho de la Sorbona. Esto protege al embrión de toda utilización comercial, sin por ello atentar contra el derecho de la mujer a la salud y a controlar su fertilidad. Esta concepción de la dignidad humana ha incitado a muchos países europeos a limitar rigurosamente la investigación sobre el embrión e incluso prohibirla.
Pero la luz verde del Reino Unido obedece a una interpretación diametralmente distinta, estima Alastair Campbell, profesor y miembro del comité de expertos británico que recomendó al Parlamento la decisión del 22 de enero. Para éste, la distinción entre una persona y un ser humano es muy poco concluyente. Prefiere buscar en la biología los criterios para establecer ciertos límites éticos.
Fundamentalmente, cuanto más crezca el embrión, mayor ha de ser la protección que se le brinde. Por eso, prohíbe realizar experimentos con un embrión –clonado o no– de más de 14 días, cuando se manifiestan las primeras señales de la aparición de un sistema nervioso.
El embrión como pieza de repuesto
El Dr. Donald Bruce, de la Iglesia de Escocia, admite a regañadientes que algunas formas de investigación con embriones "de recambio" pueden justificarse. Director del proyecto Sociedad, Religión y Tecnología de su Iglesia, estima sin embargo que la decisión del Reino Unido transgrede un principio moral. "En vez de ver a los embriones como un todo", afirma, "se los considera como una reserva de repuestos". El Reino Unido ha pasado de una política de "no, pero"–que sólo autorizaba la utilización de embriones a falta otra posibilidad de resolver problemas graves– a un "sí, pero si" —que abre las puertas de par en par cuando se cumplen ciertas condiciones.
Pero en este dilema ético también hay un aspecto práctico. Imaginemos que se recurre a la clonación para multiplicar las células pluripotentes: los médicos necesitarán probablemente una docena de ovocitos o más para tratar a un paciente. De ahí que Bruce pida que se exploren todas las opciones antes de emprender la clonación terapéutica (ver recuadro).
Según los analistas, la decisión del Reino Unido no sólo es demasiado general, sino que podría conducir inexorablemente a la clonación reproductiva. La ley británica la prohíbe, pero la investigación se ha mundializado, destaca Bruce. Sectas, hombres de negocios y recientemente un grupo de científicos disidentes proclamaron su intención de clonar individuos, pese a los enormes riesgos de deformación que entraña. ¿Quién podrá impedirles abrir un negocio en un país en el que no exista una legislación bioética?
Preocupación compartida
A la sombra de estas discusiones teóricas se perfila una terrible amenaza: la del comercio de embriones y células pluripotentes. Todos los expertos interrogados comparten la preocupación ante la perspectiva de este comercio. Hay demasiados vacíos en la reglamentación de las patentes, en primer lugar en Estados Unidos, pero también en Europa y en países industrializados como Australia, Canadá y Japón. Baste recordar el caso de la oveja Dolly, nacida en 1996 en el Roslin Institute de Escocia. Una firma estadounidense, Geron, compró la división comercial del Instituto y se adueñó de dos patentes británicas que causaron consternación a mucha gente en Europa y Estados Unidos: una sobre la técnica de clonación y otra sobre los "productos" de la operación. Puede estimarse pues que Geron es "propietaria" de posibles embriones humanos clonados, en su primera fase de desarrollo.
Según Christoph Then, experto en investigación genética de Greenpeace-Alemania, Geron presentó una serie de solicitudes similares ante la Oficina Europea de Patentes (OEP), que las registró en un primer momento, pero luego cambió de parecer, dejando sin efecto toda pretensión sobre los embriones humanos. Para Then, esta decisión es razonable, pero refleja también la ambivalencia de la Unión Europea. Por un lado, liberaliza la regulación del comercio para competir con el mercado estadounidense de las biotecnologías y, por otro, se erige en campeona de la moral tratándose de la investigación genética. En el recinto del Parlamento Europeo retumban las vehementes declaraciones que recuerdan que la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión prohíbe "que el cuerpo humano o partes del mismo se conviertan en objeto de lucro".
Patentes europeas para los embriones clonados
Sin embargo, al mismo tiempo, los Estados miembros tienen que integrar en su legislación una directiva más bien discutible sobre las patentes genéticas, que se supone concilia el comercio con la ética. Por otra parte, ni "los procedimientos de clonación de seres humanos", ni tampoco "las utilizaciones de embriones humanos con fines industriales o comerciales" son patentables. No obstante, una empresa puede patentar "un elemento aislado del cuerpo humano u obtenido de otro modo mediante un procedimiento técnico". Frente a estas declaraciones ambiguas, no es posible obtener el más mínimo esclarecimiento. Más vale observar las tendencias recientes en materia de patentes.
Teóricamente una patente recompensa un invento y no el mero descubrimiento de elementos existentes en la naturaleza. Con todo, puede reconocer también una nueva forma de utilizar un elemento. Pero si observamos lo que ocurre con el genoma humano –el mapa genético de nuestra especie– caeremos en la cuenta de que casi siempre que un científico –o más bien una computadora– olfatea la existencia de un gen, surge de inmediato la caza de patentes. Sin haberlo identificado claramente ni entendido su función, reivindican su propiedad. Como consecuencia, cualquiera que desee utilizar ese gen para un nuevo medicamento o el tratamiento de una enfermedad deberá "pagar para ver".
El mismo tipo de batalla comercial nos espera con el embrión humano. Según Then, el número de solicitudes de patentes relacionadas con los embriones humanos aumenta de día en día. El año pasado, dos empresas de biotecnología, una australiana y otra estadounidense, consiguieron patentes europeas para embriones clonados humanos y animales, y para especies híbridas de embriones de cerdos y seres humanos. Tras una avalancha de protestas impulsadas en Alemania por Greenpeace, la OEP, con sede en Munich, reconoció su "error", y las firmas prometieron eliminar los embriones humanos de sus patentes en todas partes del mundo.
La necesidad de un debate público
Aunque políticamente hablando sea arriesgado apoderarse de los embriones humanos, existen numerosos medios indirectos de controlarlos. El simple hecho de extraer células pluripotentes embrionarias o de cultivarlas sin un fin preciso abre amplias posibilidades a la empresa. Es innegable que semejantes hazañas requieren cierta habilidad, pero dado el campo de aplicación de las patentes concedidas, corremos el riesgo de que se reproduzca el "pagar para ver" vigente para los genes.
Por el momento, la directiva sobre las patentes sólo ha entrado en vigor en cuatro países. Francia y Alemania han manifestado su desacuerdo. Los Países Bajos, apoyados por Italia y Noruega, han interpuesto un recurso ante la Corte Europea de Justicia. Al mismo tiempo, organizaciones como Greenpeace presionan para que se reanuden las negociaciones.
Llegados a este punto, los periodistas y los expertos terminan generalmente por hacer un llamamiento, vago pero apremiante, en favor de un debate público. Pero el debate ya se ha iniciado —en los medios de comunicación, las iglesias, las universidades y los pasillos de los hospitales, donde los médicos, los enfermos y sus familiares se expresan sin rodeos. Es un progreso, aunque algunos científicos y miembros de comisiones de ética denigren este tipo de discusiones, a su juicio demasiado emocionales. Según ellos, toda crítica surge de la "confusión" persistente sobre el tema y parte de la creencia infundada, pero tenaz, según la cual "somos el producto de nuestros genes".
Moléculas y embriones tienen sin embargo un poder simbólico que no obedece a una "confusión", sino a un respeto visceral de la dignidad humana.
miércoles, 3 de marzo de 2010
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