CHAT con el Profe Alonso Carlos

miércoles, 10 de febrero de 2010

Control de población para prevenir el cambio climático

Con el calentamiento global perdiendo credibilidad y el mito de la sobrepoblación cuestionado por las cifras demográficas, los alarmistas vuelven al ataque
Autor: Colin Mason | Fuente: Population Research Institute
La frase inicial del artículo de la revista médica británica "The Lancet" (1) pinta un panorama sombrío. Esta publicación, normalmente seria, informa sobre una nueva amenaza para la salud que "afectará a la mayoría de poblaciones en las próximas décadas y pondrá en grave riesgo la vida y bienestar de miles de millones de personas."

¡Miles de millones, no menos! Si "miles de millones de vidas" están en riesgo. Dado que existen menos de 7 mil millones de nosotros en el planeta, esto significa que, dándole alguna proporción a esta frase, por lo menos la mitad estamos en peligro de morir.

¿Pero a qué se refieren precisamente? ¿De una versión aerotransportada del VIH/SIDA? ¿De una nueva cepa de gripe aviar más virulenta? ¿De una arma biológica mortal que de alguna manera escapó del laboratorio?

Si pensó en algo de esto, lamentamos decirle que está totalmente equivocado. La realidad es que los autores de este artículo en "The Lancet" no están hablando de alguna nueva pandemia en absoluto. Más bien, el riesgo de nuestras vidas al que hacen referencia vendría de un posible incremento en la temperatura promedio de la superficie de la tierra de 2 grados centígrados para el año 2100.

No se atrevan a soltar la carcajada

Porque los autores de "Managing the health effects of climate change" ("La Gestión de los efectos del cambio climático en la salud") están hablando muy, muy en serio.

De hecho, continúan informándonos de manera solemne que los daños del cambio climático para la salud serán aún más graves en latitudes altas, con la posibilidad de aumentar de 4 a 5 grados centígrados al norte de Canadá, Groenlandia y Siberia.

Por mi parte, no estoy asustado por la idea de que un poco de calor podría llegar a esas congeladas tierras del norte. Tampoco estoy muy seguro que sus esparcidos pobladores se opondrán a un descanso del frío que congela hasta los huesos, si tal aumento en la temperatura verdaderamente sucediera.

Sin embargo, tengo mis dudas al respecto, y no sólo por el comportamiento alocado de tantos fanáticos del calentamiento global. Hay muchas variables involucradas y nuestra prueba es tan superficial, que cualquier conclusión acerca del efecto de las actividades humanas en el clima de la tierra no es sólo prematura, también es probable que sea un error.

Me refiero a que si ni siquiera podemos predecir con exactitud como estará el tiempo de aquí a dos semanas. ¿Se supone que seamos capaces de calcular como estará el tiempo de aquí a un siglo? ¿Acaso nos están tomando el pelo?

La verdad es que más allá de ciertas frases muy mediáticas en pos de un conveniente alarmismo, los autores en realidad admiten no tener evidencia contundente. Si leemos cuidadosamente las mismas afirmaciones de los autores, entenderemos cuál es el tipo de certeza de sus "predicciones": La "política pública que responde al impacto del cambio climático en la salud pública tendrá que ser formulada en condiciones de incertidumbre, que dependerán de la escala y el tiempo en que sucedan los efectos, así como de su naturaleza, ubicación e intensidad." (p. 1694)

Sin embargo, este desconocimiento no les impide proponer vastos aumentos en los gastos del gobierno. Tampoco de dar razones para que poderosas instituciones internacionales nuevas junten fondos para "mitigar" y "adaptarse" al cambio climático mundial. Y por supuesto no dejan de hacer un enérgico llamado a incrementar los programas de control de población para "combatir el cambio climático."

Es más, este nuevo consorcio de teóricos del cambio climático y defensores del control de población se ven a sí mismos como el vanguardismo de un "nuevo movimiento que defiende la salud pública", arguyendo lo "urgentemente necesario" que es "adaptarse a los efectos del cambio climático en la salud."

Pero aún si vemos un ligero aumento de la temperatura global durante el próximo siglo, y creo que sobre este asunto no se ha llegado a un acuerdo científico concluyente, el desviar los inmensos recursos hacia posibles problemas de salud podría ocasionar un despilfarro de los recursos.

Uno de los subtítulos del artículo afirma que "el cambio climático es la más grande amenaza para la salud mundial del siglo 21". Y simplemente no es cierto.

Todos los que lean el artículo de "The Lancet" estarán muertos dentro de cien años, y les garantizo que no morirán de "cambio climático". Más bien, morirán de enfermedades infecciosas, de cáncer, de ataques cardiacos, de derrames cerebrales y otros.

Estas son las verdaderas amenazas para la salud de nuestra era. Estas son las amenazas a nuestras vidas y bienestar que deberían demandar nuestra atención y nuestros recursos, no unas vagas, imprevisibles e indirectas consecuencias para la salud por un supuesto "calentamiento global".

Al distraernos de amenazas más inmediatas para la salud, al retrasar el descubrimiento de curas para enfermedades que cuestan decenas de millones de vidas cada año en países pobres, esta gente nos está matando.

Pero, después de todo, quizás sea eso lo que quieren en el fondo.

1. Anthony Costello et al, "Managing the Health Effects of Climate Change," "The Lancet" 373: 1693-733. 16 de Mayo, 2009
 

miércoles, 3 de febrero de 2010

ACTIVIDADES

INVESTIGAR (recabar información en tu cuaderno, manuscrito o impreso)
1.-Juicios de Nuremberg (1962)
2.-Comité de Seattle (1962)
3.-Artículo Beecher (1966)
4.-Cristian Barnard: primer trasplante.(1967)
5.-Van Resselear Potter: (1971) "Bioethics: Bridge to the Future"
6.-Caso Tuskegee (1972)
7.-Comisión Nacional para la protección de los sujetos humanos en la investigación biomética y cunductual.
8.-Reporte Belmont (1979)
9.-Comisión Presidencial para la Bioética (1979)
10.-Bioética en los años 90s en América Latina.


jueves, 10 de diciembre de 2009

LA MORAL DEL ABORTO Y DE LA LEY QUE LO PENALIZA

(Lectura para reflexión en Ética y Valores, 1er. Sem. "A")

 

A la Suprema Corte de Justicia de la Nación:

Quienes firmamos este documento somos miembros de la comunidad filosófica mexicana, diferimos en muchas de nuestras opiniones filosóficas, pero estamos unidos en esta ocasión para manifestar nuestro apoyo a la reforma que legalizó la interrupción del embarazo antes de las doce semanas, aprobada en abril pasado por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Asimismo, queremos manifestar nuestro desacuerdo con los recursos de inconstitucionalidad presentados por la Procuraduría General de la República (PGR) y la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) por considerar que carecen de sustento sólido. Nuestra opinión se basa en un análisis filosófico y ético de la cuestión relativa al estatuto moral del feto y de la ley que penaliza el aborto.

 

Argumentos

 

Cualquier análisis serio del problema del aborto tiene que distinguir entre:

(1) la moralidad del aborto, esto es, del acto por el cual se interrumpe un embarazo y

(2) la moralidad de la ley que penaliza esa interrupción. Éstas son cuestiones que se deben analizar independientemente, aunque la segunda depende en algún sentido de la primera.

 

La moralidad del aborto y el estatuto moral del feto

 

Quienes favorecen la penalización del aborto sostienen que un feto es un ser humano inocente y que, por lo tanto, es moralmente incorrecto matarlo. Todos estamos de acuerdo en que matar a un ser humano inocente es un acto inmoral. Sin embargo, no todos estamos de acuerdo sobre si el feto es un ser humano con todos los derechos, la dignidad y el valor que tienen los seres humanos ya nacidos. Los juicios que hagamos acerca de la moralidad del aborto dependerán esencialmente de cómo concibamos qué es un ser humano y qué le da un valor especial a la vida humana. Las respuestas a estas cuestiones son complejas, pueden ser diversas y ninguna de ellas puede arrogarse la prerrogativa de ser la única válida o razonablemente aceptable. Algunas de estas respuestas son problemáticas y suelen estar implícitas en muchas de las opiniones que se han vertido en contra de la despenalización.

Veamos algunas de ellas.

 

(1) Para algunas personas, ser humano significa ser miembro de la especie Homo sapiens y tener el código genético de dicha especie, y dado que los fetos humanos satisfacen esa condición consideran que son seres humanos y que, por lo tanto, es inmoral abortarlos. Dejando de lado la cuestión de que todas nuestras células tienen el código genético humano y, sin embargo, no las consideramos "seres humanos", hay una dificultad adicional: el hecho de pertenecer a una determinada especie no basta para fundamentar ningún juicio moral. Esto es, si ser humano significa simplemente ser miembro de la especie  Homo sapiens o tener un determinado ADN, entonces, quienes con base en esto consideran inmoral el aborto tendrían que explicar por qué ese mero hecho es valioso o tiene alguna significación moral. Pertenecer a una especie o tener un código genético determinado, en sí mismos, no tienen ningún valor moral. Si eso es así, el hecho de que el feto tenga el ADN humano no puede servir como fundamento para juzgar inmoral el aborto. Quienes siguen esa línea de razonamiento tienen que aceptar que la defensa que hacen de la vida del feto se basa en una característica carente de valor moral y que, por lo tanto, no basta para mostrar que sea inmoral interrumpir un embarazo.

 

(2) Otras personas afirman que tenemos que respetar la vida del feto porque se trata de una "persona potencial"; es decir, sostienen que el feto es un ente que tiene el poder de convertirse en una persona hecha y derecha y que eso hace a su vida valiosa. Admitimos que es un hecho que a partir de la valoración que hacemos de las capacidades y características típicas de los humanos nacidos, podemos valorar derivadamente a los fetos. Sin embargo, el problema que plantea el argumento de quienes reprueban el aborto alegando que el feto es una persona potencial es que también tienen que admitir que es posible que el feto no llegue nunca a convertirse en una persona real (de hecho, un buen porcentaje de óvulos fecundados se pierde espontáneamente). Lo que tiene potencia para ser, según Aristóteles, también la tiene para no ser. Y si el feto no se convierte en una persona real (si se aborta) y, por lo tanto, no llega a tener en el futuro las características que confieren valor a las personas, entonces no hay nada en el presente de donde se pueda derivar su valor moral. Es además un hecho que en la vida cotidiana no otorgamos el mismo valor a las llamadas entidades potenciales que a las entidades reales, no juzgamos  igual a quien destruye un costal de semillas que a quien destruye un bosque. Por lo tanto, la muerte de un feto no puede equipararse con la muerte de una persona nacida. Así, argumentar que el feto es una persona potencial no necesariamente nos lleva a la conclusión de que es moralmente incorrecto abortar.

 

(3) Hay también quienes van más allá y afirman que el feto no es una persona potencial, sino que es una persona real —y que por eso el feto tiene derechos, como el derecho a la vida y otros—; sobre esa base se oponen a la despenalización del aborto. Algunos de quienes argumentan así arguyen que su concepto de persona es un concepto "científico", que la ciencia "demuestra" que el feto es una persona. Nótese, sin embargo, que el concepto de persona no forma parte de ninguna explicación de por qué o cómo ocurre ningún fenómeno natural específico y, en este sentido, no es un concepto que pertenezca a las ciencias naturales. Si les pedimos a quienes así argumentan que nos expliquen cuál es el concepto supuestamente científico de persona que fundamenta su posición vemos de inmediato que éste se reduce o bien al concepto de una entidad con el ADN humano o simplemente al de "persona potencial", lo cual, como argumentamos antes (en 1 y 2) es insuficiente para justificar la condena moral del aborto.

 

Por otro lado, debe subrayarse que el concepto de persona no puede ser un concepto científico debido a que tiene ingredientes normativos; no es meramente fáctico o descriptivo. Decir que algo es una persona es ubicarlo en una categoría de entidades que tienen al menos algunas propiedades mentales o psicológicas, las cuales pueden plantearnos exigencias morales. Tratar de derivar el concepto de persona de, por ejemplo, una determinada estructura de ADN o de otras propiedades biológicas es cometer una falacia: la falacia naturalista, que consiste en querer derivar valor moral a partir de propiedades puramente naturales.

 

Vayamos ahora a los argumentos positivos para apoyar que el aborto es moralmente permisible. Primero, la gran mayoría de los filósofos contemporáneos (así como muchos filósofos clásicos) coincidimos en que una persona es una clase especial de entidad a la que le podemos atribuir predicados psicológicos o mentales, por mínimos que éstos sean, como la capacidad de sentir dolor o placer, frío o calor. Aunque es cierto que generalmente tenemos un concepto de persona mucho más rico y pensamos que las personas son seres capaces de tener conciencia y autoconciencia, seres que tienen capacidades que implican ciertos grados de racionalidad, que poseen la capacidad de interactuar con otros miembros de la comunidad de personas y de llevar a cabo acciones intencionales. Lo que hace que demos un valor especialmente importante a un ser humano es precisamente que le podemos atribuir toda una gama de predicados psicológicos, que van desde simples rasgos de sensibilidad hasta capacidades de pensamiento y emotivas muy complejas.

 

Segundo, dijimos antes que la ciencia no puede entregarnos un concepto de persona, lo que sí puede decirnos es a partir de cuándo podemos afirmar que se empiezan a desarrollar dichas capacidades mentales. Los avances científicos en neurofisiología y en desarrollo embrionario nos permiten afirmar con toda certeza que a las doce semanas de embarazo la formación del cerebro se encuentra apenas en sus etapas iniciales, y no se han desarrollado aún ni la corteza cerebral ni las conexiones neurofisiológicas indispensables para que se le puedan atribuir al feto sensaciones o algún tipo de conciencia. Y si a las doce semanas de gestación no podemos decir que el feto tenga ninguna característica mental, tampoco podemos sostener que sea una persona y que por lo tanto tenga derechos. Mucho menos razonable aún resulta considerar que el cigoto es persona y que por lo tanto se le pueden atribuir derechos a partir del momento de la concepción.

 

Por todo lo anterior, sostenemos que la interrupción del embarazo realizada antes de las doce semanas de gestación es moralmente permisible. Durante ese período no existe ningún conflicto entre los supuestos derechos del feto y los derechos efectivos de la mujer.

 

Estamos conscientes de que quienes están en contra de la despenalización pueden,  por encima de los argumentos ofrecidos, no aceptar nuestra afirmación de que el feto, a las doce semanas, no es una persona y que por lo tanto no tiene derechos. Tal vez esto no se puede "demostrar" más allá de los argumentos razonables que hemos ofrecido. Lo que hace tan difícil el asunto del aborto es que quienes, como nosotros, juzgan que el embrión y el feto de hasta doce semanas no es en absoluto una persona, y que el aborto realizado dentro de ese plazo no es un crimen, no logran convencer a quienes piensan de otra manera, por más sólidos que sean los argumentos que ofrezcamos. Conjeturamos que detrás de su negativa a aceptar nuestros argumentos hay una convicción de índole personal o religiosa que es impermeable a cualquier argumentación. Un Estado democrático y laico no puede aceptar una legislación influida por ese tipo de convicciones.

 

Los recursos de inconstitucionalidad presentados por la CNDH y la PGR carecen de un fundamento sólido, pues para sostenerse deberían, antes que nada, demostrar fehacientemente que el feto es una persona. Si a lo largo de la historia los más grandes pensadores no han logrado semejante cosa, es ingenuo pensar que el Estado, la PGR o la CNDH puedan demostrarlo.

 

Por todo lo anterior, creemos que las leyes que penalizan el aborto no pueden sino verse como un ejercicio ilegítimo de poder.

 

La moralidad de la ley que penaliza el aborto

 

Hay dos perspectivas morales particularmente relevantes para emitir juicios sobre la moralidad de la ley que penaliza el aborto: una que tiene en cuenta las consecuencias que tiene la ley, y otra que se centra en los derechos de la mujer que la penalización infringe. Ambas nos dan conclusiones muy similares acerca de la inmoralidad de la ley y a favor de la despenalización del aborto.

 

Consecuencias negativas de la ley. Una ley que es ineficaz porque no logra cumplir su objetivo y que tiene más consecuencias negativas que positivas es una mala ley. Si las consecuencias, además, son graves para el bienestar de la comunidad, será una ley inmoral. La ley que penaliza el aborto tiene más consecuencias negativas que positivas: en la mujer que quiere abortar, en la criatura no deseada y en la sociedad en general.

 

La penalización no impide que se sigan realizando abortos, simplemente orilla a las mujeres a la clandestinidad y tiene consecuencias graves para su salud. Los abortos clandestinos son practicados por personal no calificado y muchas veces en condiciones riesgosas e insalubres, que terminan ocasionando esterilidad y, a veces, la muerte de la mujer. Según cifras oficiales, el aborto constituye la tercera causa de mortalidad materna en nuestro país.

 

Es claro que la penalización del aborto no reduce el número de abortos, en cambio, la experiencia de países como Holanda, Suecia, Dinamarca o Italia muestra que la despenalización contribuye a una reducción de abortos, dado que posibilita programas y políticas públicas de orientación a las mujeres que deciden abortar. Por ello, creemos que un modo de reducir el número de abortos que se realizan en el país es suprimir las leyes que lo criminalizan.

La ley que penaliza el aborto es una ley discriminatoria y ahonda las desigualdades sociales. Afecta especialmente a las mujeres pobres, que no tienen los medios para practicarse un aborto en condiciones médicas adecuadas, como sí lo tienen mujeres con recursos, que abortan en condiciones óptimas. Las leyes que penalizan el aborto castigan a las mujeres por su falta de educación, su ignorancia, su desconocimiento de métodos anticonceptivos y, a fin de cuentas, su marginación. Así, las leyes las castigan por muchas cosas de las que ni siquiera son responsables, por eso consideramos que es una ley injusta.

 

La penalización también tiene efectos negativos para la criatura y para la sociedad. Si es cierto que la mayoría de las mujeres que recurren al aborto son pobres, también lo es que no tendrán los recursos económicos para criar al hijo adecuadamente y darle algún tipo de educación formal. Muchos de estos niños pasarán a formar parte de los llamados "niños de la calle". Un hijo no deseado padecerá además serias carencias afectivas.

 

Por las consecuencias negativas que tiene, pensamos que la ley es inmoral. Si concebimos a la moralidad como un sistema de valores y normas tendiente a promover, entre otras cosas, el bienestar de los individuos dentro de una sociedad y de la sociedad misma en su conjunto, entonces las leyes que penalizan el aborto no promueven ese bienestar.

 

La ley y los derechos de la mujer. La mujer tiene los mismos derechos que cualquier agente autónomo. Penalizar el aborto significa no reconocer este hecho. Significa no reconocer que las mujeres tienen derechos a decidir sobre su propio cuerpo, a decidir cuándo y cuántos hijos tener, y a planear libremente su futuro y realizarlo. Ninguna otra ley requiere que un individuo sacrifique su libertad, su autonomía, su privacidad, su dignidad, su integridad corporal y su vida futura como lo hace la ley que criminaliza el aborto. Una ley que violenta todos estos derechos —que el resto de la legislación reconoce a los varones— es una ley discriminatoria e injusta, que contribuye a la opresión de la mujer. Un buen sistema legal tiene que reconocer la autonomía de todas las personas, promover una mayor igualdad, una mayor libertad y minimizar la discriminación. La ley que penaliza el aborto no debe formar parte de ese sistema.

 

 

 


sábado, 5 de diciembre de 2009

ANÁLISIS: Anti antiaborto? o reivindicación de derechos?

Periódico El Norte, lunes 30 de noviembre de 2009
Denise Dresser

Contragolpe

Se ve, se siente, se percibe, se padece. La reacción. La resaca. El acoso a las mujeres de México en ya 17 Estados del País que han decidido criminalizan el aborto. Y se dice que esta regresión es producto de una embestida contra el Estado laico, y del oportunismo político del PRI, y de los pactos de Beatriz Paredes con la jerarquía eclesiástica. Pero a pesar de que estas explicaciones tienen una parte de razón, oscurecen una verdad más profunda y más perversa.


En los últimos años las mujeres de este país han presenciado un poderoso contragolpe a sus derechos; han sido víctimas de un esfuerzo para retractar el manojo de victorias ganadas y avances logrados. Obtienen el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos en el DF, y en otras latitudes se les castiga por ello. Al intento de independencia le sigue el macanazo; el empoderamiento va acompañado del encarcelamiento. El contragolpe no se da porque las mujeres hayan obtenido el pleno respeto a sus derechos, sino porque insisten en esa posibilidad.


Y no proviene tan sólo de la colusión de los líderes políticos del PAN y del PRI con la jerarquía católica. Se ve reflejado en el silencio cómplice del Congreso, en el silencio ominoso de la mayor parte de los medios masivos de comunicación, en la posición paternalista de gobernadores que quieren confinar a las mujeres a hospitales psiquiátricos para protegerlas de sí mismas.


Detrás de cada ley restrictiva, de cada condena impuesta, de cada derecho cercenado hay un esfuerzo concertado para regresar a las mujeres a un lugar "aceptable" -ya sea la cocina o la cama o el cabús o el asiento de atrás-. Por eso se les discrimina, se les acuchilla, se les apedrea, se les apuñala, se les asfixia, se les estrangula. Por eso un número creciente de estados prohibe el aborto aún en casos de incesto o violación o riesgos de salud para la madre. Porque las mujeres han empezado a ocupar espacios prohibidos, a reclamar derechos ignorados, a exigir la equidad, a salirse del rebaño.


Y a los hombres no les gusta. A los patriarcas les molesta el cambio del balance en el poder de las relaciones hombre-mujer. El subtexto escondido del movimiento antiabortista es uno de miedo, de ansiedad. Los diputados y los sacerdotes y los esposos claman por los fetos "asesinados", pero su dolor verdadero proviene de otro lugar. De la dislocación social y económica que sufren cuando las mujeres comienzan a independizarse, a trabajar, a ganar control de sus espacios y de sus vidas. Del poder que desata en una mujer la posibilidad de terminar con un embarazo no deseado de manera legal y segura. De la revolución en el comportamiento femenino que trae consigo la despenalización. Frenar el aborto se vuelve una forma de frenar a las mujeres que aspiran a la equidad. Impedir el derecho a decidir se vuelve una manera de impedir el derecho a ser.


Para poder trabajar, para poder educarse, para poder aspirar a más, una mujer necesita contar con la capacidad de determinar si y cuándo quiere tener hijos. Quienes buscan arrebatarle esa capacidad quieren ponerla en su lugar.


Un lugar de segunda categoría. Un lugar pasivo. Un lugar para callar, obedecer, sacrificar, servir la comida, esquivar el golpe. Un lugar tradicional para que legisladores y los jueces y los curas y los gobernadores y los machos y los mochos puedan dormir tranquilos. Las mujeres de 17 Estados en una República que se dice laica, convertidas en úteros inanimados donde flota el feto al cual se le debe proteger más que a quien lo carga dentro. Las mujeres de 17 Estados en un país que se dice democrático, obligadas a recurrir a agujas de tejer y clínicas clandestinas y condiciones insalubres, en busca de algo que el Estado no debería penalizar sino garantizar. El derecho a tomar decisiones propias sobre su cuerpo y sobre su sexualidad, sin la imposición de un esposo. Un padre. Un hermano. Un novio. Un sacerdote. Hombres tan asustados por el reconocimiento de ese derecho en el DF, que ahora buscan negarlo en cualquier otra parte.


La única manera de combatir el contragolpe será a través de la organización. La única forma de resistirlo será mediante la movilización. No importa cuanto tiempo tome, ni cuantas batallas se pierdan en el camino, ésta se ganará. Marchando, confrontando, transformando los términos del debate público, marcando la agenda e influenciando su evolución.


Las mujeres de México a veces parecen ignorar el peso de su presencia formidable o no saben cómo usarla. Pero pueden y deben actuar. Porque tienen derecho a derribar las paredes de su celda, a hacer historia. Porque la demografía y las condiciones del mercado laboral y el imperativo de construir un futuro mejor para sus hijas y los artículos 1 y 4 de la Constitución están de su lado. No importa cuantos pactos políticos suscriba Beatriz Paredes, o cuántas sanciones imponga la Iglesia católica, o cuántas reformas punitivas sean aprobadas por los congresos locales, nadie puede arrebatarle a las mujeres de México la justicia esencial de su causa. De nuestra causa.

viernes, 4 de diciembre de 2009

SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN


Carlos Fernández del Castillo Sánchez.
Director del Centro Mexicano de Ginecología y Obstetricia SC

QUINTA AUDIENCIA PÚBLICA
2008 / JUNIO /13

viernes, 27 de noviembre de 2009

BIOÉTICA Y SEGURIDAD DEMOGRÁFICA



La ambición de controlar la vida humana desde la concepción a la muerte es la máxima expresión del imperialismo integral.

Como vamos a ver, este imperialismo es metapolítico, ya que procede de una concepción particular del hombre. Las expresiones políticas y no políticas de este imperialismo no son más que las consecuencias perceptibles de esta antropología. Esto nos va a llevar a aclarar la dimensión totalitaria de este imperialismo, cuyos efectos todavía no se han mostrado en su totalidad.

Para analizar la génesis de este imperialismo que está naciendo ante nuestros ojos, vamos a partir de la ideología de la seguridad nacional.

Hacia la globalización

Desde el final de la guerra de 1939-1945, la diplomacia norteamericana ha estado grandemente dominada por el tema de los "dos bloques". Con ciertas variaciones de acento, este tema fundamental aparece bajo las etiquetas de guerra fría, enfrentamiento Este-Oeste, zona de influencia, coexistencia pacífica, deshielo, distensión, etc. Mas, con motivo de la crisis petrolífera de 1973, algunos círculos norteamericanos empiezan a percibir la importancia de otra división, la división Norte-Sur. El congreso de Bandung, en 1955, presentaba ya el aspecto de un manifiesto y, poco a poco, los CNUCED y las conferencias en la cumbre de países no alienados se imponen a la atención de los países industrializados: desde Ginebra (1964) a Belgrado (1989), se ha recorrido un camino apreciable. Durante todo este tiempo, el diálogo Norte-Sur se organiza y se institucionaliza; los países del Tercer mundo reivindican un Nuevo orden internacional.

En una obra publicada en 1970, Zbigniev Brzezinski había ya atraído la atención sobre el tema(1).La crisis petrolífera de 1973 juega el papel de un catalizador.

Si los países productores de petróleo pueden organizarse y amenazar las bases de la economía de los países industrializados, ¿qué ocurrirá si los países pobres productores de materias primas deciden ponerse de acuerdo e imponer sus condiciones a los países ricos?

Para conjurar el peligro, David Rockefeller, utilizando por cierto las tesis de Brzezinski, transpone a la división Norte-Sur las recomendaciones que su hermano había aplicado antes a la división Este-Oeste. Y lo que es más importante, generaliza además, al conjunto del mundo, una visión cuyo alcance, en 1969, estaba limitado, provisionalmente, al continente americano.

Desde esta perspectiva, David Rockefeller, respondiendo a una sugerencia explícita de Brzezinski, organiza la "Comisión Trilateral": los EE.UU., Europa occidental y el Japón deben ponerse de acuerdo frente al Tercer mundo, que parece querer organizarse y del que dependen los países industrializados para importar materias primas y energía, y para dar salida a sus productos (2).Y el Tercer mundo está en plena expansión demográfica.

La amenaza que pesa sobre la seguridad de los países ricos proviene, según ellos, de los países pobres. Las economías dependen ahora unas de otras, los pases ricos no deben devorarse entre sí, deben al contrario respaldarse; deben preservar e incluso acentuar sus privilegios.

Las empresas multinacionales aparecen aquí como un mecanismo esencial del sistema global de la dominación; llevan a cabo una industrialización que al mismo tiempo se encargan de limitar. Gracias a los centros de decisión e la metrópolis, hacen posible el control de los costos de mano de obra. Mantienen un chantaje basado en la amenaza del traslado de fábricas, en caso de que consideren exorbitantes las reivindicaciones de los trabajadores locales. Organizan la competencia y, al mismo tiempo, la controlan, ya que las relaciones de competencia quedan limitadas al mundo de los trabajadores, entre los que las desigualdades de retribución constituyen, a nivel mundial, un factor de división que hay que alimentar para seguir dominando. En suma, las multinacionales velan sobre sus mercados, protegen, en caso necesario, sus oligopolios, y vigilan y, en ocasiones, frenan el desarrollo económico de las naciones satélites.

Por su parte, la investigación científica deberá intensificarse y concertarse para garantizar el mantenimiento de un avance constante y decisivo con respecto a los países menos desarrollados. La alta tecnología será exportada con gran parsimonia, para que los países más avanzados en el camino del desarrollo no puedan competir con la producción sofisticada cuyo monopolio quieren conservar celosamente los países de la era postindustrial.

¡Multimillonarios de todos los países, uníos!

Se trata de construir un nuevo orden mundial, de tipo corporativista, lo que se ha hecho urgente -se asegura- en razón de la interdependencia de las naciones. Pero lo que sucedía ya a escala panamericana, se produce ahora a escala mundial: se pasa rápidamente de la interdependencia a la dependencia. Todos los países, en efecto, no presentan un mismo nivel de desarrollo; en razón de su presencia y compromisos en todo el mundo, los EE.UU. se consideran con derecho a arrogarse una misión de liderazgo mundial. A esta misión deben asociarse las naciones ricas y la clases ricas del mundo entero; la seguridad, su propia seguridad, debe constituir la preocupación común y predominante de los ricos. Esta preocupación justifica, por su parte, la constitución de un frente común mundial, una unión sagrada, si quieren conservar sus privilegios. Con respecto a este imperativo de seguridad común, todos los factores de divergencia entre ricos no tienen sino una importancia relativa o incluso secundaria.

Este frente común mundial sólo podrá articularse a partir de los EE.UU. y bajo su liderazgo. En razón de su desarrollo y de su riqueza, Europa occidental y Japón serán asociados, a título de aliados privilegiados, a la empresa de seguridad común. Todo ese bloque constituido por las naciones ricas deberá esforzarse en controlar el desarrollo en el mundo en general. La austeridad ha dejado de ser una virtud: es un deber. Frenar el crecimiento, frenar la capacidad de producción y practicar el maltusianismo económico se imponen tanto más -se nos dice- cuanto que hay que proteger el entorno amenazado por la contaminación. Y así, la justificación teórica del "crecimiento cero" vio la luz en 1972 en el Informe Meadows, y ha sido difundida por el Club de Roma, empresas ambas generosamente financiadas por el grupo Rockefeller(3).

Los países comunistas tampoco deberían quedar al margen de este proyecto de seguridad global. China merece una atención excepcional. Está probado -como ya hemos visto (4)- que la despiadada política demográfica llevada a cabo en China popular ha sido apoyada e incluso estimulada por algunos círculos norteamericanos y occidentales inquietos por la aparición de un nuevo "peligro amarillo".

Los países del Tercer mundo deberán, pues, aceptar un programa "global". Como los países ricos necesitan sus recursos, estos países en vías de desarrollo no podrán sentirse irritados o escandalizados por el mantenimiento de antiguos métodos de explotación. Tendrán que admitir que su desarrollo habrá de hacerse bajo control; llegado el caso, podrá alabarse la virtud del compañerismo" podrán, por ejemplo, transferirse a su territorio algunas industrias contaminantes, declaradas indeseables en los países desarrollados. En cualquier caso, habrá que impedir que se organicen para esquivar la vigilancia de las naciones poderosas.

De todas maneras, al igual que existen límites para el crecimiento económico, también los hay para el crecimiento político. Así lo subrayaba Samuel P. Huntington en un Informe para la Comisión trilateral sobre la gobernabilidad de las democracias: "Hemos tenido que reconocer que existen límites potencialmente deseables para el crecimiento económico. E igualmente, en política, existen unos límites potencialmente deseables para la extensión de la democracia política."(5)

Estamos, pues, ante una formulación de alcance mundial del antiguo mesianismo norteamericano. Pero es indispensable señalar lo que esta formulación tiene de esencialmente nuevo y original: este mesianismo pretende, en efecto, atraerse el concurso no sólo de las naciones más ricas, sino también de las clases ricas de las sociedades pobres.

Se pone de relieve, ante los ricos del mundo entero, que los pobres constituyen una amenaza potencial o incluso actual para su seguridad.

De lo que se trata, en primer lugar es, desde luego, de proteger la seguridad de los EE.UU. o, más exactamente, de los ricos de los EE.UU.; pero también de la seguridad de los ricos de todos los países, a quienes se invita a constituir, bajo la dirección de los Estados Unidos, una unión sagrada cuya razón de ser y objetivo es el contener el despegue de la población pobre: "¡Multimillonarios de todos los países, uníos!"

Así reinterpretada, la doctrina de la contención resurge como el Fénix renace de sus cenizas. Son las tesis principales de esta doctrina las que inspiran el proyecto universalista actual de los EE.UU.,Europa occidental y Japón están asociados de manera especial a este proyecto a título de cómplices y de objetivos al mismo tiempo.

Una élite dominante internacional

La preocupación por la seguridad debe ser global. La seguridad, cuyo ámbito se dividía en varias partes, se percibe a partir de ahora como un todo: la seguridad es primeramente demográfica.

Esta nueva doctrina exige la utilización de instrumentos de acción eficaces. Estos instrumentos son de orden político, educativo, científico, económico y tecnológico. La libertad de iniciativa de las universidades y centros de investigación será orientada o incluso anulada, y su función crítica será muy disminuida. Las subvenciones estarán subordinadas a la complacencia con la que dichos organismos acepten plegarse a unos programas de investigación definidos por la minoría dominante (6).

Esta minoría concederá una gran importancia al estudio de los problemas ecológicos, pues de ese modo será posible convencer a los países satélites para que se resignen a la austeridad o a la pobreza: "Small is beautiful" (7). Esta misma minoría financiará las investigaciones sobre la reproducción, la fecundidad y la demografía, con el fin de desactivar la llamada "bomba P". Las universidades, convertidas en "repetidores", junto con los medios de comunicación, se encargarán de difundir por todo el mundo, dramatizándolas, las tesis maltusianas, tras las que se ocultan los intereses de las clases ricas (8). El programa de acción será conciso. Se pondrá de relieve la escasez de materias primas y la fragilidad del medio ambiente. Estos datos serán presentados como necesidades determinadas por la naturaleza, y el volumen de la población habrá de calcularse necesariamente de acuerdo con estos datos.

De esta forma se reúnen las condiciones fundamentales que caracterizan objetivamente a un régimen de tipo fascista. Para Juan Bosch, el "pentagonismo" era la explotación del pueblo norteamericano por una minoría norteamericana (9). En la actualidad, el pentagonismo se ha universalizado y la minoría dominante se ha internacionalizado.

Esta minoría estará constituida por "personas con recursos", que se sentirán halagadas al ser admitidas en grupos "informales", más o menos conocidos (como el grupo de Bilderberg, la Trilateral o el Club de Roma) u otros menos fácilmente identificables. Esta minoría se arrogará la misión de regentar el mundo y tendrá bajo control a todo un cuerpo internacional de intelectuales, ya sean cómplices o utilizados como instrumentos involuntarios, pero en todo caso poco clarividentes. No será necesaria la constitución de instituciones complejas, ni conseguir funciones representativas o cargos ejecutivos.

Una vez que haya adoptado la ideología de la seguridad demográfica, esta "élite" se apresurará a recurrir, con gran aplicación, a la táctica de la infiltración.

Un proyecto tan global y totalizador requiere necesariamente unos dispositivos jurídicos y políticos apropiados. En cuanto una "élite" acepta su propia "colonización ideológica", esta misma "élite" se separa del pueblo y pasa a ser capaz de todas las abdicaciones. A partir de entonces, puede ser utilizada como repetidor de un centro de poder de un tipo totalmente nuevo, que evocaremos para terminar.

Del Estado al Imperio totalitario

El imperio que está ahora construyéndose no tiene, en efecto, precedente alguno en la historia. El fascismo, el nazismo y el comunismo soviético son ejemplos perfectos de totalitarismos. En estos tres casos, el Estado transciende al ciudadano; es el enemigo del yo en todas sus dimensiones: física, psicológica y espiritual (10). Requiere de los individuos una sumisión perfecta y exige, si lo considera oportuno, que se le sacrifique la vida. Este Estado somete el matrimonio, la procreación, la familia y la educación a un control muy estricto.

Más concretamente, la familia queda sometida a una vigilancia particular, pues en ella es donde se forman las bases de la personalidad del niño. El Estado totalitario que conocemos en la historia actual se esfuerza, pues, en sustraer al niño de la influencia familiar y le proporciona una educación integral. Este Estado inhibe la capacidad personal de juicio y de decisión; instaura una policía de ideas; culpabiliza y adoctrina, desprograma y reprograma. Impone una nueva ideología, organiza el culto del jefe e instituye una nueva religión civil.

La experiencia totalitaria se origina dentro de un Estado particular que se convierte en trampolín de un proyecto imperialista. La misión este Estado particular será definida y `legitimada´ mediante la ideología totalitaria. El Estado particular no sólo es conocido, sino enaltecido. Y finalmente, una ideología supuestamente científica precipita en las tinieblas del oscurantismo a los que no se adhieran a la misma.

El proyecto imperialista y totalitario que está tomando cuerpo ante nuestros ojos incrédulos presenta unas características totalmente asombrosas si se le compara con las que marcaron los sueños imperiales de Mussolini, Stalin o Hitler. Este imperio naciente tiene de increíble que no procede esencialmente de las ambiciones de hegemonía de un Estado particular. Tampoco es la emanación de una coalición de Estados y, lo que es más, como ya hemos visto, le vienen muy bien las desigualdades, e incluso las divisiones entre naciones y hasta se ingenia en sacar partido de ellas. El imperio que está construyéndose es un imperio de clase que emana del consenso establecido, por encima de las fronteras, por la internacional de la riqueza.

Por tanto, en ausencia de un Estado de contornos visibles, en el marco de este imperialismo de clase, nadie sabe quién decide ni quién es responsable.

El lenguaje parece totalmente desconectado del sujeto que lo produce; todo es anónimo, impersonal y secreto. El productor del mensaje ideológico está oculto. No cabe, pues, someter el discurso al juicio personal: está listo para el consumo: frío, objetivo e imperativo.

Evidentemente, aún cuando estén ocultos, el discurso es producido por sujetos, y éstos lo producen con destino a otros sujetos llamados a consumirlo. Pero si el sujeto productor de la ideología rompiera el secreto que le ampara, no podría seguir reivindicando la impersonalidad y la objetividad puras. La dimensión subjetiva, utilitaria, interesada, hipotética de su discurso se pondría inmediatamente de manifiesto. El alcance supuestamente universal de su discurso, al igual que las pretensiones `científicas´ con que se reviste, aparecerían en seguida como lo que son: un engaño. El productor de ideología debe, pues, guardar el secreto: es omnipresente, pero inaprehensible.

De este modo, el secreto mismo introduce una falsedad en el núcleo del discurso. No existe diálogo entre personas que intercambian libremente sus juicios y sus proyectos con voluntad de claridad. Uno de los interlocutores quiere permanecer en la sombra y quiere que el destinatario de su discurso ignore su identidad y sus intenciones. Todo discurso está, pues, desde un principio, marcado por la voluntad de engaño de la persona que lo emite.

El lenguaje, que debería ser el prototipo de la mediación entre personas, se convierte en el medio por excelencia de la posesión de los demás. Como el sujeto productor de discursos no dice nunca quién es realmente, todo lo que dice está tachado de disimulo y engaño. Sus palabras se transforman en instrumentos de agresión contra la inteligencia y la voluntad de los destinatarios de las mismas. Este discurso violenta a las personas que lo reciben, reduciéndolas a la condición de receptáculos pasivos de una verdad venida de fuera, de depositarios de un saber alienado, alienante y hasta esotérico. De un saber supuestamente científico, cuya revelación ha sido hecha a sus iniciados, según éstos creen, gracias a su competencia, de un saber que les procura las bases del papel mesiánico que les corresponde para abrir por fin a la sociedad humana el camino de la felicidad…

¿Qué nuevos territorios quedan todavía por conquistar?

Las nuevas fronteras del imperialismo ya no son físicas; coinciden con las de la humanidad entera. No basta decir que hay que alienar al hombre, o que hay que poseerlo en todas las dimensiones de su yo. Lo que hay que hacer emerger es un hombre nuevo, completamente purgado de sus creencias pasadas, de su moral sexual, familiar, social, de su creencia en el valor personal de cada hombre y de su creencia en Dios, sobre todo en un Dios que se revela en la historia con el fin de asociar al hombre a su designio de creación, de salvación y de amor.

Nos encontramos así, en el nuevo imperialismo, ante la tercera característica del totalitarismo. El nuevo imperialismo, como vimos antes, no emana de un Estado particular, sino de la clase internacional de los ricos y pudientes. En cambio, como ya hemos dicho, este nuevo imperialismo está desprovisto de un "duce" o "jefe", pues los que lo fomentan cuidan de no dejarse ver. En cuanto al tercer punto, sin embargo, vamos a ver que la nueva clase imperial vuelve a las fuentes de la tradición totalitaria clásica: divulga una ideología donde se encuentra, según ella, el fundamento de su `legitimidad´.

La ideología de la seguridad demográfica.


La ideología en cuestión es la ideología de la seguridad demográfica (11). Según palabras de Marx, la ideología presenta siempre una imagen invertida de la realidad y procede siempre de una falsa conciencia. La ideología esconde siempre los intereses de sus autores. Los juicios que emite, y que constituyen la textura misma de la ideología, no pasan de ser hipotéticos. Y lo son incluso en dos sentidos: deben responder a una doble condición, que corresponde, a su vez, a la doble función que se espera de la ideología.

Debe, por un lado, disimular ante los ojos de los autores de la ideología las verdaderas razones de su propio discurso. La ideología está aquí al servicio de la mala fe del ideólogo. Concretamente, la ideología de la seguridad demográfica es una intelectualización que disimula, ante los ojos de la misma clase imperialista, las verdaderas razones que motivan su conducta e inspiran su discurso.

Por otro lado, esta ideología tiene por función el seducir a los que se invita -o fuerza- a adoptarla. Las mujeres que se hacen abortar y los pobres a los que se esteriliza son `programados´ para que hagan suyo el punto de vista que sobre ellos tienen los que desean su alienación.

De esta forma, la ideología de la seguridad demográfica significa el inicio de una doble perversión. Del lado de sus autores, engendra la doblez; son ellos las primeras víctimas de la racionalización que confeccionan. Y como le colocan a su construcción ideológica la etiqueta de la ciencia, se impiden el ir a buscar fuera de su propia construcción la luz que podría sacarles de la prisión espiritual que fabrican para otros, pero en la que ellos mismos se encierran. Del lado de los destinatarios, engendra el consentimiento a la propia sumisión y les confirma en su alienación.

Hasta el presente, nos encontramos ante la más peligrosa ideología imperialista totalitaria que ha conocido el mundo.

¿Una nueva humanidad?

Pero esto no es todo. La perversión esencial de esta ideología, de que son víctimas tanto sus autores como aquellos a los que va dirigida, es que procede por antífrasis: al mal le llama bien. Se niega la transgresión de la ley moral; la conciencia individual sólo puede referirse a sí misma o, más exactamente, a los intérpretes autorizados de la trascendencia social que le dicen lo que puede desear o debe querer.

Esta ideología sirve de fundamento a las instituciones políticas y jurídicas que le sirven .El derecho, por ejemplo, que debería, por definición, aplicar sus esfuerzos a la instauración de la justicia para todos, es objeto de una manipulación ideológica en provecho de la minoría dominante constituida por la internacional de la riqueza.

Mas si, como individuos, los miembros de la minoría dominante son generalmente inaprehensibles, no por ello es imposible hacerse una idea bastante clara sobre el espíritu que les anima. La identidad de esta nueva clase imperialista puede determinarse fácilmente remontando desde la ideología que produce y desde los destinatarios de la misma.

El discurso ideológico de la nueva clase imperialista tiene un contenido bastante burdo. Empieza afirmándose como principio el acontecimiento liberador de la muerte de Dios. Este principio es `liberador´ se nos dice, porque Dios impide la autonomía del hombre y su felicidad. Así pues, Dios debe morir, e incluso hay que ayudarle a morir, para que el hombre pueda vivir y tomar por fin su destino entre sus solas manos. Cumplida esta condición, la nueva humanidad puede nacer, y de este parto deben ocuparse los iniciados.

En este nacimiento, el papel de algunos médicos `ilustrados´ será determinante y, al mismo tiempo, contradictorio. A ellos corresponderá el denunciar las `creencias pasadas´, `precientíficas´, así como los `tabús´ que acompañan a dichas creencias. Son ellos quienes definirán esta tarea, pero su misión se fundará sobre la afirmación de esos mismos postulados (12). Necesitan una ideología para `legitimar´ su papel, pero son ellos los que definen el contenido de dicha ideología. Los tecnócratas médicos que regentan el nuevo imperio no se avergüenzan de semejante petición de principio. Pretenden que el objetivo que ha de procurarse a toda costa es la seguridad demográfica, pero es el imperativo de la seguridad demográfica el que se supone que funda la `legitimidad´ de la tecnocracia.

Con el apoyo valeroso de los demógrafos, los tecnócratas se disponen a asistir a la humanidad en el parto del `sentido´ de que su evolución es portadora. Están llamados a ejercer una nueva medicina: una medicina del cuerpo social más que del individuo (13). Una medicina que consiste en administrar la vida humana como se administra una materia prima; en constituir una nueva moral basada sobre el nuevo sentido de la vida; en penetrar en la política con el fin de engendrar una sociedad nueva; en derruir la concepción tradicional de la familia disociando, con una eficacia total, la dimensión amorosa y la dimensión procreadora de la sexualidad humana; en transferir a la sociedad la gestión de la vida humana, desde la concepción a la muerte; en proceder, con ello, a una selección rigurosa de los que serán autorizados a transmitir la vida: temas todos ellos que han sido dolorosamente experimentados en la historia, incluso reciente, pero que aquí se reactivan con energía y se integran en un cuadro lúgubre y mortífero.

Y en estos temas predominantemente neomaltusianos vienen a injertarse otros temas maltusianos clásicos. La felicidad de la sociedad humana -se nos dice- exige no sólo una selección cualitativa; requiere igualmente la determinación de unos límites cuantitativos. "Nosotros sabemos" que los recursos disponibles son limitados, y que una planificación realmente eficaz de la población mundial es condición indispensable para la supervivencia de la humanidad. "Nosotros sabemos" que esta necesidad es particularmente urgente en el Tercer mundo, donde puede observarse una trágica desproporción entre los recursos vitales y el crecimiento de la población.

Una nueva religión civil

La ideología imperialista pretende ser una ideología de oclusión de toda trascendencia que no sea la trascendencia social. El discurso en que se presenta es estrictamente hipotético, en el sentido que ha sido explicado más arriba: es el reflejo de la voluntad de los que lo emiten (14). Tiene una función utilitaria, pero no tiene valor de verdad. Es útil para los que lo emiten y se presenta como un lenguaje universal; pero es la imagen invertida de los intereses particulares de los ricos y de los poderosos.

No tiene ningún valor de verdad porque, en su principio mismo, se refugia en el aislamiento: el pensamiento se elabora en recintos cerrados al mundo exterior. Es la expresión más reciente de la antigua tradición cientificista, con una formulación orientada en provecho de las ciencias biomédicas. Sólo los métodos de esas ciencias pueden proporcionarnos -se nos asegura- unos conocimientos ciertos, y sólo estas ciencias pueden aportar al hombre la respuesta a sus interrogantes más radicales.

Este discurso cientificista ignora toda posible búsqueda filosófica -y con mayor razón teológica- de la verdad del hombre, la sociedad y el mundo. En particular, queda excluido todo discurso sobre un ser trascendente extramundano. La idea misma de una referencia creadora común a todos los hombres es declarada a priori sin sentido: es inútil considerarla siquiera. De ahora en adelante, una vez reconocida la muerte del padre, la fraternidad deja de ser posible y no hay una participación en una existencia recibida de un mismo creador. Sólo existe la voluntad pura. La sociedad se declara trascendente: una nueva religión civil ha nacido, un nuevo ateísmo político, un nuevo reino, cuyas divinidades paganas llevan por nombre poder, eficacia, riqueza, posesión y saber. Los que son ricos, sabios y poderosos demuestran, gracias a su triunfo sobre los débiles, que están justificados para ejercer un papel mesiánico. En ellos se encuentra en efecto, tanto la medida de sí mismos como la de los demás.

Esta ideología mesiánica y herméticamente laica, así como la moral del amo que le es inherente, exige que sus autores reprogramen a los demás hombres. Hay que programarlos física y psicológicamente; hay que planificar su producción y su educación; para ello, habrá que utilizar el hedonismo latente, y contar con la búsqueda del placer. Pero al mismo tiempo, habrá que alienar a las parejas, quitándoles toda responsabilidad en su comportamiento sexual. En suma, los tecnócratas médicos, piezas maestras de las fuerzas imperialistas, deberán ejercer un control total sobre la calidad y la cantidad de seres humanos.

Este discurso ideológico, que tiene la virtud de eliminar el sentido de la responsabilidad y la capacidad de acción en las personas, ejerce además la misma influencia en el plano de la sociedad. Para el Tercer Mundo, en particular, estas ideas son totalmente desastrosas.

Consisten en hacer creer que la pobreza es natural, que es una fatalidad estrictamente ligada a un exceso de crecimiento demográfico.

Junto a esa consideración cuantitativa, se insinuará también, siguiendo a Galton (1822-1911), que la pobreza de los pobres es la mejor prueba posible de su mediocridad natural. No hay que dejarles, pues, llenar el mundo, tanto por su propio bien como por el bien general. El uno y el otro recomiendan que el número de pobres sea calculado en función de la utilidad que representen (15).

Porque según la ideología que estamos examinando, la utilidad es el criterio único que debe tenerse en cuenta a la hora de admitir la entrada de un ser humano a la existencia. ¿Produce o consume bienes? ¿Produce beneficios o placer? Si las respuestas son negativas, el nuevo ser es nocivo: es un enemigo. Y como nada garantiza siquiera que, de ser útil lo seguirá siendo siempre, el ser humano constituye así una amenaza permanente para la seguridad de sus semejantes.

El panimperialismo totalitario…

Finalmente, y lógicamente, la ideología de la seguridad demográfica tiene por fundamento y término el punto de referencia único de la muerte. La ejecución del niño por nacer camufla la violencia de nuestra sociedad, tanto más cuanto que la materialidad de esta ejecución se realiza de manera furtiva (16).

El niño abortado es la víctima propiciatoria a la que se transfiere la violencia de nuestra sociedad. Es mi oponente, mi rival, es un obstáculo para mis intereses, para mi placer y para mi vida; es la causa de la pobreza, el obstáculo para el desarrollo. Va a desear lo que deseo, primero en el terreno del tener y luego en el terreno del ser. Va a surgir en la vida como mi doble: está de más; hay que suprimirlo.

Pero no se trata aquí de una violencia de menor cuantía, o de una violencia simbólica como las que aparecen en la historia de las civilizaciones y en la mitología. El niño muerto en el seno de su madre no es sacrificado: no se le hace sagrado para proteger la cohesión de la comunidad humana (17). Es ejecutado sin que la violencia sea expulsada de la sociedad humana. Pues una sociedad totalmente laica ha de desacralizarlo todo, incluida la vida, y desmitificarlo todo, incluida la víctima propiciatoria.

El sufrimiento y la muerte constituyen, en efecto, el absoluto sin sentido que justifica la rebelión contra el Padre. Por lo tanto, el niño al que se mata significa la destrucción del Padre. Su ejecución no conjura la violencia; anuncia al contrario mucha más violencia. Salvo una fuerza mayor, nada puede ni debe limitar mi fuerza. Y lo que es más grave, una de las funciones de la ideología es la de disimular esa violencia ilimitada sustrayéndola al control de la razón.

Así pues, la legalización del aborto señala la inminencia del retorno de un delirio irracional, disimulado bajo el camuflaje engañoso de una ideología de autoprotección.

La ideología neoimperialista de la seguridad demográfica puede, pues, considerarse bastante cercana de la ideología nazi; es, en realidad, en más de un sentido, una extrapolación de la misma. Mientras que el nazismo se presentaba como una nacional-socialismo, en el neoimperialismo actual los métodos se han refinado. No se trata ya de un imperialismo predominantemente militar, como entre los romanos, o predominantemente económico, como en la Inglaterra victoriana, se trata de un imperialismo de naturaleza claramente totalitaria.

Los ideólogos han hecho un esfuerzo notable para disimular mejor sus designios. El papel de la ideología se ha hecho más importante: la conquista y el dominio de los cuerpos pasa actualmente por el dominio de las inteligencias y de las voluntades, y viceversa. Estamos en presencia de un fenómeno nuevo: el panimperialismo, donde el control de las almas es tan importante como el de los cuerpos.

…y "metapolítico"

Y finalmente, como su inspiración directa es la forma más reciente del cientificismo, este panimperialismo es de naturaleza metapolítica: se esfuerza en hacer triunfar una nueva concepción de la vida humana en la que ésta sólo tiene sentido a la luz de la trascendencia social. El panimperialismo se caracteriza, en efecto y ante todo, por la concepción particular del hombre que está por encima del ámbito de lo político. En nombre de esa antropología, el nuevo imperialismo ocupa las estructuras que le son necesarias para su poder: políticas, científicas, económicas, informativas, jurídicas, militares, religiosas, etc. Todas estas estructuras transmiten el poder imperialista, como por hipóstasis, hasta los confines de la tierra.

El Estado totalitario clásico es todopoderoso dentro de sus fronteras, pero este poder está limitado por el poder de los demás Estados. Se encarna en un príncipe (o un gobierno) que puede identificarse, que es visible y, por lo tanto, alcanzable, expuesto a una posible agresión y, por lo tanto, destruible. Aquí, en cambio, la revolución parece imposible, pues el príncipe de este mundo se cuida bien de no desvelar su rostro (cfr. Juan y, 44). El imperio metapolítico aspira a una supremacía incondicional e incondicionada; no quiere conocer o reconocer ni iguales ni rivales.

Los medios de comunicación, que tienen una función de información, tienen también, en el marco de este proyecto totalizador, una función de ocultación indispensable. No se toleran los vaticinios de Casandra, a menos que se garantice que no serán tomados en serio. La información ha de ser tratada según los intereses de los que la producen y según los gustos de los que la consumen.

La colonización de la opinión debe tener efectos tranquilizadores en los unos y angustiantes en los otros. Lo único que de verdad importa es la seguridad de los pudientes; los débiles no tienen precio: los ricos pueden, pues, disponer de ellos a su antojo y exiliarlos fuera de las fronteras de la humanidad.

Los proyectos de la legalización del aborto no son, en suma, como hemos visto, más que la parte visible de un iceberg que oculta muchos peligros.

Nota: El Padre Michel Schooyans, PhD, PhLD, STD., es profesor de la Universidad de Lovaina.

Citas:

1. "Between two ages. America´s role in the technotronic era", Harmondsworth, Penguin, 1978. Nuestra exposición de las ideas de Brzezinski sigue muy de cerca esta obra.

2. En francés, la "Trilatérale" ha sido estudiada sobre todo en "Le Monde diplomatique". Véase, por ejemplo, de Diana Johnstone: "Les puissances économiques qui soutiennent Carter", no. 272 (noviembre de 1976), pp. 1,13 y ss.; de jean-Pierre Cot: "Un grand dessein conservateur pour l´Amérique", no. 282 (septiembre de 1977), pp. 2-3; de Pierre Dommergues, "L´essor du conservatisme américain", no. 290 (mayo de 1978), pp. 6-9.

3. Cfr. "Halte a la croissance".

4. Cfr., más arriba, p. 163.

5. Cfr., de Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki, "The crisis of democracy", Nueva York, New York University Press, 1975, p. 115.

6. Cfr. "Between two ages", pp. 9-12 y ss. Comentando las ideas de Brzezinski al respecto, Anthony Arblaster escribe: "It is depressing enough that intellectuals should be willing to accept the roles which Brzezinski foresees for them -specialists […] involved […] in government undertakings and house ideologues for those in power-. But the subordination of intellectuals to the state and its requirements does not occur only at the individual level. There is a strengthening tendency for the institutions within which […] most intellectuals now work, also to be shaped according to the particular political priorities of a particular government" ("Ideology and intellectuals", en: Knowledge and belief in politics, de Benewick y otros, pp. 115-129; la cita es de las pp. 123 y s.)

7. Alusión a la obra de E.F. Schumacher, "Small is beautiful. Economics as if people mattered", Nueva York, Perennial Library, 1975.

8. Cfr. Daniel Bell, "The end of ideology. On the exhaustion of political ideas in the fifties", Nueva York-Londres, Free Press Paperback, 1965.

9. Véase, de Juan Bosch, "El pentagonismo, sustituto del imperialismo", Madrid, Crónica de un siglo, 1968, y especialmente: pp. 18-21.

10. Sobre el totalitarismo, véase, de Jean-Jacques Walter, "Les machines totalitaires", Parí, Denoel, 1982; de Igor Chafarevitch, Le phénomene socialiste, París, Seuil, 1977; de Hannah Arendt, The origins of totalitarianism, Nueva York, Meridian Books, 1959.

11. Por su postura en materia de demografía, la Iglesia constituye una amenaza para la seguridad nacional de los EE.UU. Ésta es la tesis presentada con gran fuerza por un autor al que difícilmente puede tacharse de excesivo progresismo: Stephen D. Mumford, en: "American democracy & the Vatican. Population growth & national security"", Nueva York, Humanist Press, 1984. Complétese con: "Role of abortion in control of global population growth", de Stephen D. Mumford y Elton Kessel, en: "Clinics in obstetrics and gynaecology", t.13 (marzo de 1986), p. 19-31; sobre Kessel, véase, de L. Weill-Halle, L´avortement de papa, p.53.

12. Cfr., más arriba, p. 176.

13. Cfr., p. 123.

14. Cfr., más arriba, p. 112-118.

15. Cfr., pp. 166 y 178-181.

16. Cuanto menor es la percepción que de la víctima tiene el verdugo, menor es el control que éste tiene de su agresividad. Cfr., de Stanley Milgram, "Soumission a l´autorité. Un point de vue expérimental", París, Calmann-Lévy, 1984.

17. Cfr., de René Girard, "La violence et le sacré", París, Grasset, 1972.

lunes, 23 de noviembre de 2009

PREGUNTAS

7.-que sucede cuando una ley pierde vigencia?
8.-como se modifican las leyes?
9.-los legisladores pueden caer en incumplimiento de las normas jurídicas?
10.-cuales son las características de las leyes jurídicas?
11.-en que ocnsiste la promulgación de una ley?
12.-consideras que se realiza al 100% la impartición de justicia?
13.-como se podría cumplir al 100% las leyes jurídicas?
14.-que es legalidad?
15.-que es legitimidad?
16.-que es un código penal?
17.- da tres ejemplo de códigos de derecho.
18.- que es la jerarquía de las leyes?